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El enemigo del aprendizaje

Uno de los mayores enemigos del estudio

 

En otro lugar nos hemos referido a cuatropoderosas estrategias para el éxito académico. Hoy nos centraremos en otro aspecto crucial en el proceso de aprendizaje. Uno de los aspectos que muchas veces se deja de lado y que resulta ser, la más de las veces, determinante para encarar los estudios. En otro artículo hemos aprendido el concepto de procrastinación y su relación con el estudio. Analizamos cómo postergamos el estudio en pos de actividades que nos generan un mayor“placer” en tanto son más sencillas y nos demandan menores esfuerzos cognitivos y la utilización de vías neuronales conocidas y rígidas. De esta manera, la postergación se convierte en hábito deviniendo en procrastinación.

Ahora bien ¿Qué es lo que lleva a considerar al estudio como una tarea tan desagradable? Estudios cientìficos han comprobado que el acto de estudiar despierta sectores del cerebro que están relacionados con el dolor. Es decir, el ponerse a estudiar se interpreta como una situación similar al dolor o mínimamente poco placentera. De esta manera, no es de extrañar que “nos cuesta sentarnos a estudiar” . En el artículo de procrastinación hemos  vislumbrado algunas estrategias para superar este hábito. Hoy hablaremos de ese aspecto olvidado muchas veces y que resulta crucial para el mantenimiento de este hábito postergador.

Se trata de los pensamientos disruptivos. Un pensamiento disruptivo básicamente se trata de un fenómeno mental que irrumpe en nuestras tareas cotidianas, perturbando la concreción y el mantenimiento de dichas tareas. Por ejemplo, cuando vamos en el colectivo seguramente pensemos en un montón de cosas de muy variada índole. Pensamos en que “se nos está haciendo tarde para llegar a destino”; “qué lento que va este colectivo”; “tengo que estudiar más tarde”, “tengo mucho sueño”, etcétera. Todos estos no constituyen pensamientos disruptivos; no interrumpen nuestra actividad de ese momento. No hacen que bajemos del  colectivo corriendo o que nos pongamos a llorar, por lo menos no en la mayoría de los casos. Pero qué sucedería si en el medio de ese viaje en el colectivo se nos presenta este pensamiento: “nunca me voy a recibir”. Es muy probable que ante la irrupción de este pensamiento aparezca la angustia. Angustia que puede manifestarse a través del llanto, ansiedad o simplemente bajarnos del colectivo y volver a casa. Por supuesto es un caso extremo. La más de las veces ante la presentificación de este pensamiento simplemente podemos distraernos y pensar en otra cosa. Pero sigamos con el caso extremo. Determinados estudios han demostrado que el 90% de las personas tienen pensamientos disruptivos todo el tiempo. De las más variadas características. Incluso algunos muy extraños o inmorales para el común de la gente. Entonces, lo primero es no sentirse extraño por presentar estos pensamientos que en apariencia “aparecen de la nada”.

 

Es muy común tener este tipo de pensamientos.

 

Y entonces ¿cuál es el problema? Justamente la valoración de esos fenómenos mentales( ¿qué importancia le damos a ese pensamiento?) y las consecuencias en la emoción  y la conducta es lo que puede originar problemas en el desarrollo personal, académico o profesional. Si ante el pensamiento “nunca me voy a recibir” se establece una valoración ínfima; es decir, no se le da importancia, es muy probable que ese fenómeno mental simplemente pase de largo sin determinar que nos bajemos llorando del colectivo. Si ante ese mismo pensamiento se establece una excesiva valoración(importancia) es muy probable que aparezca la angustia y el miedo a que ese escenario sea cierto y una eventual huida del colectivo.

Muy bien, entendido que lo perturbador no es el pensamiento en sí mismo sino la valoración que le damos, podemos imaginar otro escenario. Imaginemos que estamos por ponernos a estudiar y se nos aparece ese mismo pensamiento: “nunca me voy a recibir”.      Si le damos importancia(valoración) es altamente probable que reforcemos esa idea de que estudiar es una actividad dolorosa. Esto potencia la tendencia a postergar el estudio y por lo tanto favorece el hábito procrastinador. Es probable que empecemos a contar las hojas que faltan para estudiar ni bien empezamos. Es probable también que no nos podamos concentrar y que busquemos distracciones que nos tranquilicen momentáneamente. En fin, estaremos dominados por el pensamiento.

¿Cuál es la salida? sencillamente dejar pasar el pensamiento intentando no tranquilizarnos con palabras de consuelo ni buscar ayuda externa en algún amigo o familiar. Esto lo único que logrará es reforzar la permanencia y potencia de  ese pensamiento.  

 

Hay que dejar pasar el pensamiento, cuestionándolo en todo caso.

 

Y por supuesto, cuando estos pensamientos sean demasiado disruptivos y no haya manera de dejarlos simplemente pasar, es importante la ayuda profesional. Y para esto el único profesional idóneo es el psicólogo. Este podrá entrenarte en herramientas concretas para hacer frente a estos fenómenos mentales.  No hay que tener vergüenza. Pedir ayuda a tiempo nos puede ahorrar años de fracaso académico o incluso deserción universitaria

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