
El mal estudiante
Muchas veces los problemas en el aprendizaje de determinados contenidos no se deben a dificultades en las técnicas de estudio, a la organización del tiempo o del espacio dedicado a esta tarea. Hay otro enemigo oculto, mucho peor que una mala organización o planificación del material a la hora de estudiar.
En este artículo aprenderás que no basta con tener todo planificado correctamente; no basta con dedicar el tiempo exacto y eficiente para estudiar. Incluso no alcanza con tener las capacidades analíticas o reflexivas para lograr que los contenidos se “hagan carne” interiorizándose de la manera que queremos en nuestro bagaje de conocimiento.
El problema al que hago referencia no es una cuestión superficial o de metodología de aprendizaje. Es una cuestión de fondo que si está presente, dificultará cualquier metodología o estrategia de planificación aprendida.
Incluso es peor que la falta de motivación a la hora de estudiar. Como hemos visto en otro artículo, el estar desmotivado al principio puede ser absolutamente normal; debemos estudiar “obligados” en un comienzo para vencer esta inercia que nos impide concentrarnos en el material que tenemos enfrente. No, el problema crucial del que hablo no es la falta de motivación. Para esto hay “cura”. La problemática a la que hago referencia en este artículo es más difícil de corregir: se trata de la falta de humildad o de modestia como estudiante.
Es la base del ser un “mal estudiante” o un “mal alumno”. El creer que podemos aprender todo de manera rápida y certera. El estar escuchando a un docente, tenerlo enfrente y no prestarle atención porque creemos que podemos saber más que él; que solo se diferencia de mí en cuanto a la cantidad de libros leídos; es la arrogancia que nos lleva a pensar que no tenemos ningún tipo de limitación, que podemos entenderlo todo rápido y bien, sin necesidad de pasar largas horas buscando otras fuentes, otras maneras de explicarlo, otras ayudas… porque “claramente debo entenderlo de buenas a primeras sin ayuda de nadie, porque todo lo puedo. Y si no puedo, entonces no sirvo”.
No olvidemos nunca que la otra cara de la arrogancia es el sentimiento de inutilidad, “el no sirvo y no puedo”. Paradoja de la mente humana: en el fondo de todo sentimiento de seguridad existe una “arrogancia” acérrima y empecinada en no intentar un cambio, en no aceptar ayuda.
Este mal, la arrogancia, es lo que está en la base de todo fracaso académico no ponderado como tal. Se puede observar en los pasillos de los colegios o universidades cuando “la culpa de que me haya ido mal es del docente que no sabe explicar”. Frente a esto no hay posibilidad de cambio. Y, por ende, no hay chance alguna al verdadero aprendizaje.
Podemos cambiar de método de estudio, de libro, de docente, de universidad… pero únicamente en la medida que meditemos sobre nuestra arrogancia al creernos “todopoderosos”, sin ningún tipo de limitación aunque las evidencias nos muestren lo contrario, podremos alcanzar una postura ante la vida que nos permita estar abiertos a cambiar para que el conocimiento encuentre su forma y su lugar.
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